Esta semana me dí cuenta de que dentro de nosotros existen muchos castillos de naipes.
Unos son tan altos que no terminas de ver nunca su final, mientras que otros apenas tienen dos alturas.
Pero todos ellos comparten algo. Todos ellos, juntos, nos conforman. Conforman nuestro carácter, nuestra personalidad, lo que nos permitimos y lo que no nos permitimos.
He necesitado muchos años para ver algunos de los míos, y estoy segura de que descubriré muchos más.
Es curioso, parece que por dentro estás hecha de roca, y de repente, cuando entra la luz, esa roca que te parecía tan pétrea, es solamente un castillo de naipes.
Un castillo que se derrumba casi, con sólo mirarlo, pero siempre que hayas entendido su estructura.
Unos están hechos de exigencia, otros están hechos de enfado y de rabia, otros de tensión y de resentimiento, otros de tristeza y de deseo, otros de victimismo y de control. Y todos ellos están unidos entre sí, pegados con el pegamento del dolor.
Asi que, para acceder a los castillos, es indispensable aceptar el dolor. No luchar contra él. Aceptarlo, dejarse vencer por muy grande que sea. Parece que durará siempre, pero no es así. Cuando crees que ya no soportarás más, entonces, de repente, un buen día, algo en tí ha cambiado, algo dentro de tí es diferente, y eso que es diferente, te abre la puerta.
Es una puerta interior, a miles de pasadizos y de subterráneos, a nuestra geografía subterránea. Y si prestamos atención, si estamos atentos, entonces, aparecerán nuestros castillos, nuestros mundos interiores.
Y ya sólo queda ver por dónde empezar, cuál fue el primero que se construyó, dónde empezó todo, cuáles nos gustan y cuáles no nos gustan. Qué señores habitan dentro, y a que tiranía nos someten, para a continuación, ver si queremos dibujar otro paisaje, si deseamos a esos señores interiores, o queremos sustituirlos.
Lo que sí tenemos que tener presente es que nunca, nunca, podemos destruirlos todos, porque en esencia, nuestra naturaleza es…un enorme conjunto de castillos de naipes…